jueves, 8 de septiembre de 2011

'LA CAÍDA DE LOS DIOSES' DE TOMAZ PANDUR

El pasado 25 de agosto desembarcó en Madrid el nuevo espectáculo dirigido por Tomaž Pandur, La caída de los dioses. Se trata de la adaptación a las tablas de la película homónima dirigida por Luchino Visconti en 1969, una traslación al escenario que ha corrido a cargo del propio director.
La caída de los dioses nos sitúa a la muerte del patriarca de una familia aristocrática alemana, los von Essenbeck, propietarios de una poderosa acería en Berlín. En esos momentos el nacionalsocialismo está en pleno ascenso y los miembros de dicha familia se debaten entre apoyar al partido de Adolf Hitler o posicionarse en su contra, y todo ello mezclado con el deseo de conseguir el control de la acería.
La función está protagonizada por Belén Rueda, Nur Levi, Manuel de Blas, Francisco Boira, Pablo Rivero, Fernando Cayo, Alberto Jiménez, Santi Marín y Emilio Gavira, además de Ramón Grau ante las teclas del piano que nos acompañará durante toda la función. Todos han ellos han hecho un trabajo magnífico y convincente. De todos ellos, me gustaría destacar a Pablo Rivero de todos ellos porque, además de que interpretaba a mi personaje favorito de la obra, Martin von Essenbeck, ha conseguido llevarlo hasta un punto perfecto del que ya no debería moverse, pues de hacerlo podría el personaje de pasar de la credibilidad al ridículo.
El guión es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la obra: Podemos encontrar en esta historia momentos cómicos hasta de gran tensión pasando por el drama. Lo mejor de la obra se concentra en el primer acto y en el final del segundo acto, puesto que al principio del segundo la cosa flaquea un poco. Además, en esta obra se han hecho algunos añadidos a la historia de la película original: El personaje de Emilio Gavira, por ejemplo, cuya función en la obra no desvelaré para quienes no hayan visto la obra de teatro.
La puesta en escena y la música es otra de las grandes bazas de la función. En el suelo del escenario encontramos una cinta mecánica que traerá y se llevará gran parte del atrezzo que se precisa en cada y también a los personajes. Otro elemento que destaca es un gran espejo colocado sobre el escenario y cuya posición irá cambiado a lo largo de la trama y que nos permitirá ver desde otra perspectiva lo que está sucediendo en el escenario. Luego también están las pantallas en las que se ven vídeos en los que aparece Hitler, entre otros personajes de la época, y que han sido creados por Álvaro Luna. La música, como ya advertí antes, es en directo y nos acompañará durante toda la función. Tengo que decir que le va que ni pintado a la obra y, además, me gusta que en los momentos de tensión o al final de una frase le siga una nota del piano.
A pesar de ser una obra de teatro, la función no se olvida de su esencia cinematográfica. Si uno se da cuenta, la interpretación de los actores dista mucho de lo que se suele ver en el teatro: Los movimientos no son moderados, las voces tampoco son elevadas y ni siquiera se ve esa exageración que suele haber en las interpretaciones teatrales. ¿Y si Tomaž Pandur quisiera que viéramos una película? ¿Y si el espejo fuese como otra cámara y que los espectadores fueran los propios montadores? Nunca lo sabremos, pero lo que está claro es que esta obra tiene sabor a cine: ¡Si hasta en el saludo las pantallas muestran los nombres de los actores como si fueran los créditos finales de una película!

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